De la insoportabilidad y la desesperación de los horarios; de los trabajos indiferentes y la indiferencia en los trabajos; de la obligación; del sentir que se pierden las horas; de la impotencia por no lograr aprovecharlas; de las tres cuartas partes de la existencia consumidas en la tarea pseudovocacional y la maldita duermevela; del intenso, creciente y jamás obtenido afán de las cuatro jornadas por semana surgió la idea, el concepto, la fórmula de la percepción variable o mindfulness relativo; del anticipar, y mucho, las cosas en el período laboral y ralentizarlas al máximo en la vacación; del pensar, el martes, que casi ha llegado el viernes; del repetirse que la vida es un soplo y el puente que parece tan lejano está, en realidad, a la vuelta de la esquina pero vivir al máximo —desmenuzándolo, diseccionándolo, degustándolo, recorriéndolo con toda morosidad, interminabilizándolo— cada instante de asueto; del cambiar el ritmo del tiempo en la manera de percibirlo, de considerarlo, de contemplarlo.
Trabajo y vocación son, habitualmente, vocablos antitéticos, puesto que uno sólo trabaja cuando se ocupa en algo distinto de su vocación. Pero son tantos los que no pueden llamar divertimento, plenitud, serenidad y satisfacción a su actividad; son tan pocos los que se ganan el sustento con su vocación que la práctica del mindfulness relativo ha llegado a ser poco menos que imprescindible.
Cambiar la percepción del tiempo según la parte de la semana que transcurre hará bajar en el mundo el consumo de tranquilizantes, conseguirá que gran parte de la sociedad se reconcilie con su vida, evitará guerras y revoluciones y paliará, con frutos de sosiego, la inconmensurable desazón, la horrorosa melancolía de los domingos por la tarde.
Mindfulness de aplicación exclusivamente vacacional, y el resto del tiempo anticipación, etapas quemadas, atropello de lo presente por lo venidero, que los jueves ya son viernes y los viernes ya son «finde». La jornada se ha pasado casi antes de iniciarla, con lo que apenas viene a experimentarse y mucho menos a sufrirse.
La mirada, entre semana, está puesta en el jueviernes; el tiempo se va solapando en la imaginación sin provocar ansiedad, sino todo lo contrario: se comprime lo malo y se acerca lo bueno, que tendrá, cuando llegue, una percepción distinta, dilatadora, dilacionista, procrastinante, diletantísima. Vendrá un día en que pasaremos del mindfulness variable —que sólo es fabulación— a la jornada real y fehaciente de seis horas y a los cuatro días de tajo por semana, seguidos o alternos, que nos permitirán comer y realizarnos, vestir y descansar, calzar y dedicarnos, media vida por lo menos, a lo que somos.
Fuente: https://www.levante-emv.com/opinion/2021/12/17/mindfulness-relativo-60756753.amp.html
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