Muchas personas comienzan a meditar esperando obtener los beneficios pregonados por los medios, por los incontables libros sobre el tema y por las escuelas dedicadas a su propagación. La mayoría de tales beneficios son reales y muchos han sido confirmados por estudios académicos.
Sin embargo, no debemos perseguir los ‘resultados’ positivos
de la práctica meditativa. Por el contrario, tenemos que meditar con el simple
fin de observar los ruidos ‘en nuestra cabeza’, mientras sostenemos la atención
en el cuerpo, las sensaciones o los estados mentales, sin expectativa alguna de
logros. Con esta aproximación, ‘entrenamos’ nuestra mente para el silencio
interior y la atención permanente.
L a meditación ha de efectuarse entonces sin esperar
retribución alguna. No existe misterio alguno en su ejercicio y no hay
necesidad de maestros iluminados, mantras apaciguadores o camándulas hindúes
(malas) que nos apoyen en la concentración… Solo tenemos que sentarnos en
silencio, unas cuantas horas por semana, en actitud pasiva y sin juicios de
ninguna índole, a observar la experiencia. La meditación del Buda conduce, con
un método direccionalmente similar, a las repetidas recomendaciones de fluir
con la vida y permanecer en el presente.
Este columnista, muy religioso en su infancia y juventud,
considera que, de la misma forma, también la oración debería ser desinteresada,
sin implorar favor alguno, como lo aconsejó Santa Teresa de Jesús, la religiosa
española del siglo XVI. En los rezos de la mayoría de los credos existen, como
especies de focos rituales, divinidades, profetas elegidos, aperturas hacia
paraísos y evasiones de castigos. El foco mental de Santa Teresa era una imagen
de Jesús, a quien ella le hablaba y de quien ella ‘recibía sus respuestas’.
“Para fluir con la vida, sea auténtico”, repiten los textos
del crecimiento personal. ¡Consejo errado! No podemos fluir con la vida ni ser
auténticos mientras los condicionamientos ‘codificados’ en nuestro cerebro —los
deseos desordenados, las aversiones, las opiniones sesgadas, según el Buda—
sean los factores escondidos que controlan nuestra conducta.
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