En sus conceptualizaciones, sermones y filípicas discursivas, prodigiosos sabios, sacerdotes, filósofos, pensadores y autores antiguos y coetáneos cruzados formulan exhortaciones para la “meditación”, particularmente en las púas de perforantes contratiempos individuales, o en festividades cristianas, cuando de veras suplican la reflexión. Como herencia de ese carruaje lexical o dialectal, millones de seres humanos pronuncian, circunspectos en su errática, las dos palabras como sinónimos, singularmente cuando leen el Pequeño Larousse Ilustrado, que las define combinadamente como una “acción de meditar, reflexión”. Más que gramaticales o semánticas, son dos categorías filosóficas/psicológicas diferenciadas. Esa tablilla testimonia que la sinonimia perfecta no existe -conforme sinólogos- o se explaya en escasos contenidos -para lingüistas- y que, en el flujo del avance científico y las nuevas especializaciones técnico-profesionales que nos regocijan, la sinonimia ha sido clasificada...