Todos hemos escuchado hablar del Yin y el Yang. Son conceptos milenarios que han sido recuperados en el siglo pasado desde estas latitudes para intentar dar cuenta de la realidad más evidente de la vida que intentamos ignorar: que existen los opuestos complementarios, que todo aspecto agradable incluye su contraparte, el dolor, lo inesperado, lo cambiante, lo que destaca nuestra vulnerabilidad
En realidad, se trata de fuerzas opuestas esenciales en el universo: el yin, asociado a lo femenino, la oscuridad, la pasividad y la tierra; y el yang, vinculado a lo masculino, la luz, lo activo y el cielo. Según esta filosofía, ambas energías son necesarias para mantener el equilibrio universal.
Este concepto proviene de la escuela del Yin yang, una de las llamadas "100 escuelas del pensamiento", una serie de corrientes filosóficas y espirituales que surgieron en China entre los años 770 y 221 a. C.
El taoísmo, una doctrina filosófica y religiosa de origen chino que surgió en ese mismo período posterior, absorbió los principios de la escuela del Yin yang para plantear que todo lo que existe tiene una contraparte que es necesaria para la existencia.
No existe lo inmutable, lo estático, sino que todo está cambiando continuamente, en un fluir infinito, armónico y equilibrado por las fuerzas del yin y el yang.
Considerando lo antepuesto, es curioso que no exista una práctica de mindfulness que nos lleve directa y limpiamente a conectar con esta dualidad.
Es cierto: la práctica de mindfulness es, por definición, la práctica de la conciencia plena y eso incluye receptividad, apertura, conexión con todos los fenómenos de la existencia, a través de todos los sentidos (incluido el de la propia mente).
Pero si hablamos de una práctica generativa especialmente, esto es, que a través de imágenes nos llevemos al corazón de la dualidad de la existencia, no tenemos presente ninguna.
Por el contrario, sí contamos con la práctica de la montaña, que nos ayuda a encontrar la fuerza y resiliencia de nuestro núcleo seguro mientras contemplamos la impermanencia de la vida.
También tenemos la práctica del lago, que nos conecta con nuestra paz y capacidad contemplativa y de no reacción, sirviendo de soporte nutricio a todo nuestro entorno.
Pero el mar es ambivalente, desafiante, y se acerca mucho más a la contrastante experiencia de estar vivos.
Fuente: https://www.clarin.com/buena-vida/mar-puede-ayudar-meditar-incluso-ahi-_0_AYWGDRwzoY.html
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