Hay que ser sinceros: para meditar no se necesita nada más que la disposición. Y se puede hacer en cualquier lugar: en un patio o una habitación, en el parque o un rincón de tu living, en la playa o la punta de un cerro.
Aunque en internet abundan los largos listados de todo lo que hay que tener o disponer para crear un espacio de meditación —desde mandalas adhesivos para pegar en los muros hasta el color de la pintura que debe predominar en la pieza, pasando por los inciensos más efectivos para relajarse hasta la música que conviene escuchar—, más que incentivar, todas esas “exigencias” pueden terminar desmotivando a quien quiera comenzar con la meditación y sienta que su lugar no está lo suficientemente equipado.
“Menos es más”, dice Claudio Araya, doctor en Psicoterapia y académico de la Universidad Adolfo Ibáñez, especializado en investigar el mindfulness. Según su percepción, en vez de crear un espacio muy distintivo y separado del entorno, lleno de guirnaldas, velas o estatuillas, lo ideal sería crear una zona sencilla y cómoda, un ambiente donde se pueda estar tranquilo y hacer “de lo ordinario algo extraordinario”.
“La práctica de estar ahí y sentarse a meditar no es para aislarnos”, explica, “sino para estar presentes en lo que sea que esté ocurriendo afuera y que nos esté ocurriendo a nosotros”.
Si afuera está nublado, habrá que saber meditar con esa luz gris y tenue; si el viento o los vehículos en la calle hacen mucho ruido, tendrán que ser parte de la meditación; si el vecino está cocinando pescado frito, ese será el aroma de ese presente.
“El objetivo de la meditación es ponerla en práctica en la vida cotidiana”, cuenta Alejandra Muñoz, instructora de yoga y meditación, y terapeuta en programación neurolingüística. “Si dependo de demasiadas condiciones externas —cierta música, ciertos olores, cierta luz o cierta ropa—, no podré alcanzar ese objetivo. Así, en vez de ser una práctica espiritual se convierte en un fetiche, en una dinámica más de consumo”.
¿Es bueno tener un espacio fijo para meditar?
Entre tenerlo y no tenerlo, ambos coinciden en que es mejor poseer un lugar, aunque sea a los pies de la cama, donde uno pueda dedicarse todos los días —o cada vez que se pueda— a la meditación.
Así lo hace el académico Claudio Araya: en su misma habitación, a la bajada de la cama, tiene un zabutón —un delgado cojín japonés para sentarse en el piso— y sobre él un zafu, cojín redondo y más alto, fabricado de tela y tradicional de la meditación zen. A la izquierda hay una ventana, por donde llega la luz. Y eso es todo.
“Me gusta meditar de mañana”, cuenta. “A veces lo hago también al terminar el día, aunque menos, porque estoy más cansado”. De acuerdo a su experiencia, es bueno tener un espacio fijo, por muy austero o sencillo que éste sea.
Fuente: https://www.latercera.com/practico/noticia/como-crear-o-mejorar-un-espacio-de-meditacion/ZMMPOUDZGZDGJJHC7CNHHWFHFY/
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