Las claves son elegir un lugar y un momento, y conocer una técnica sencilla pero eficaz de meditación.
Meditar una vez es fácil. Pero hacerlo cada día
es otra cosa. Y si meditar no se convierte en un hábito diario, no se
pueden obtener todos los beneficios que procura esta práctica.
Jack Kornfield lleva 40 años meditando y es uno de los principales maestros de la tradición budista en Occidente. Después del éxtasis, la colada (Ed.
Los Libros de la Liebre de Marzo, 2001) es uno de sus libros más
recomendables y destaca por su manera sencilla y humana de explicar todo
lo relacionado con la práctica de la meditación y la espiritualidad.
Elige el momento y el lugar donde vas a meditar siempre
Con el mismo estilo nos explica hoy cómo introducir la meditación entre nuestras rutinas diarias, como ducharnos, comer o limpiar la casa. Convéncete de que meditar es un hábito higiénico que te confiere serenidad y bienestar.
La primera recomendación de Kornfield es elegir un lugar adecuado para meditar. Será siempre el mismo. Te lavas en el baño, comes en la mesa, lees en tu butaca y meditas en tu rincón de meditación.
Debe ser un sitio donde sea posible sentarse sin ser interrumpido. Puede ser una de las esquinas del dormitorio o la sala del estar. O cualquier otro lugar que te parezca apropiado en la casa.
Pon en este lugar un cojín de meditación. Elimina
los objetos que te recuerden otras actividades y coloca otros que solo
asocies con la meditación: un mandala, una vela, una imagen de buda o
una lámpara de sal, por ejemplo.
Puedes comenzar con solo 10 minutos
Establece igualmente un momento del día en que te resulte cómodo
meditar, teniendo en cuenta tus otras rutinas y tu personalidad. Si eres
una persona a la que le gusta madrugar no te costará mucho reservar de 10 a 20 minutos para tu práctica de meditación antes o después del desayuno, por ejemplo.
El tiempo que dedicas a la meditación puede ir aumentando. Puedes alargar la sesión o hacerlo dos veces al día.
Halla tu postura y comienza a meditar
Encuentra una postura sobre el cojín en la que puedas permanecer sentado con la espalda recta, pero sin rigidez. El cuerpo debe estar bien apoyado sobre la tierra. Las manos descansan relajadamente. Los parpados se cierran.
Siente cómo se reducen las tensiones en el cuerpo y
cómo disminuye la velocidad del pensamiento. Ya no tienes nada en que
pensar. Dirige tu atención exclusivamente a la respiración, como si
fuera lo único que existe.
Respira profundamente tres veces y observa el viaje del aire y todo lo que sucede en el cuerpo a su paso. Solo observa, no te preguntes, no te ofrezcas respuestas.
Luego respira con normalidad, sigue observando los movimientos de la respiración, siéntete cada vez más relajado.
No te dejes llevar por los pensamientos
Después de unos minutos, quizá pierdas la concentración y te dejes
arrastrar por algún pensamiento que acuda a la mente. En ese momento recupera la atención sobre la respiración.
No pienses en los pensamientos. Simplemente obsérvalos un instante y vuelve a concentrarte en la respiración.
Recuerda tu objetivo
Unos días te resultará más fácil que otros mantenerte meditando los 10-20 minutos previstos.
Algún día quizá te convenza el pensamiento de que estás perdiendo el
tiempo y es más urgente hacer cualquier otra cosa. Reflexiona y recuerda
que meditar es precisamente eso, dejar de hacer cualquier otra cosa.
Después de unas semanas te resultará completamente natural ponerte a meditar y entrar rápidamente en un estado de relajación profunda, conectando en calma con tu unidad cuerpo-mente.
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